Dr. Vicente López Rocher
Pertenecer a un “círculo de seguridad” es saber que fuera puede haber un inmenso peligro, pero que los muros de ese círculo te protegerán y te apoyarán. Cuando la persona se forja en uno de estos círculos, hay confianza y seguridad para enfrentar las batallas de la vida. La familia debiera ser este círculo donde obtengamos todos los valores que necesitamos para llevar una vida sana, congruente y digna de ser vivida.
William D. Swenson es un Teniente Coronel del Ejército de Estados Unidos. A este soldado le fue otorgada la Medalla al Valor, la máxima condecoración del ejército, por salvarle la vida a muchos de sus compañeros. Arriesgando su propia vida y bajo el fuego enemigo, se arrastró hasta donde estaban sus compañeros heridos y cargándolos, uno a uno, los colocó en un sitio seguro. La operación la realizó más de quince veces. Cuando le dieron la medalla, le preguntaron: “¿Por qué lo hizo? ¿Es usted una mejor persona?” Y su respuesta fue: “Ellos hubieran hecho lo mismo por mí”. Habló de que en su grupo existía un “Círculo de Seguridad”, donde todos se apoyaban y dependían los unos de los otros, dijo que entre ellos existía una inmensa amistad, una gran confianza y amor sólido, que los llevaba al borde del heroísmo.
El siglo XXI se enfrenta a una profunda crisis de valores. Sin saberlo, la mayoría padecemos una enfermedad colectiva que se caracteriza por una falta de sentido ante la vida. Las dos primeras décadas de este siglo nos envían un mensaje muy claro: los próximos años deberán ser éticos, es decir, o aprendemos los seres humanos a vivir solidariamente los unos con los otros, a convivir, comunicarnos, o el tejido social continuará desgarrándose. Podemos lograrlo a través de la ética y los Círculos de Seguridad.
¿Qué es la ética?
Durante siglos hemos colocado a la ética en un código complicado de normas, reglamentos, mandamientos y prohibiciones, que se convierten en leyes sobre lo que está bien y lo que está mal. Pensar en las cosas buenas, en forma objetiva, como verdades eternas, ha llevado a la humanidad a serios problemas, porque nunca las hemos alcanzado… ni lo haremos. El ser humano es como la gráfica de una asíntota que se acerca al eje vertical, pero nunca lo tocará. La ética debe ser entendida como la capacidad humana de llevarnos bien los unos con los otros, en esencia, es nuestra responsabilidad hacia los demás.
Vivir éticamente, en un círculo de seguridad familiar, significa que todos se pertenecen. Es un círculo donde no hay a quién engañar o herir, porque al hacerlo, me engaño y me hiero yo mismo; es sentirnos bien al hacer lo correcto por los nuestros; es mirar la ganancia de nuestros hijos como nuestra propia ganancia, y su pérdida, como la nuestra. En estos círculos se crea la apertura, la honestidad, la confianza y la integridad. Cuando no nos mientes ni nos manipulan, cuando hay honestidad y bondad, aprendemos a perder el miedo en la vida.
Todos los problemas éticos de nuestro tiempo deben ser analizados a la luz de una raíz: la falta de amor hacia nosotros mismos, nuestra incapacidad de resolver los conflictos que creamos y nuestra ceguera de imaginarnos un mañana en donde todos podamos convivir. Nuestra falta de ética nos impide ver que tenemos un gran problema ante nuestros ojos y que los vínculos profundos son la salida al laberinto en que nos hemos metido.
Pero la peor manera de acercarnos al aprendizaje de los valores es mediante una educación transmisora, unidireccional y teórica, donde nos dan pasivamente un listado de normas o recomendaciones del tipo “deber ser”. Mucho menos propicia es aquella situación en la que los padres muestran con su comportamiento lo opuesto a lo que nos piden que hagamos.
¿Qué son los valores?
Hay valores absolutos, que no admiten términos medios, pero para los humanos el valor es entendido de manera muy subjetiva, según su contexto y la forma en que lo percibe. Y es que los valores, son también apreciaciones de juicio, y en este sentido poseen un carácter subjetivo y evaluativo en el que se expresan las predisposiciones y características personales de quien hace la evaluación.
La clave en la hipótesis que estamos presentando, es vivir de acuerdo a los valores positivos que hemos experimentado en la familia, porque ellos nos inspiran y nos fortalecen. Tener un sistema de valores nos da continuidad y coherencia en la vida, nos ayuda a decidir qué objetivos merecen realmente perseguirse y cuáles son irrelevantes. La sociedad seguirá edificándose sólo en la medida que seamos capaces de construir una comunidad en la que las personas sean felices con el éxito de los demás.
Los individuos no pueden resolver todos sus problemas por sí solos, nos necesitamos los unos a los otros. Es vital que entendamos la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene hacia los demás; si lo logramos, podemos imaginar un mudo más compasivo, en el que dejemos de vernos como extraños, con diferente nacionalidad, color o credo, sin importar que tengamos o no una relación directa con ellos.
Cuando una parte de la familia sufre, la otra parte debe apoyar porque forma parte del mismo grupo. La gente fracasa en el arte de vivir positivamente, no porque sea mala o carente de voluntad, sino porque no tiene conciencia de la gran importancia de este vínculo. Si la humanidad se destruye a sí misma, no será por la maldad intrínseca del corazón del ser humano, sino por su incapacidad para elegir los caminos que le conducen al otro.
En los círculos de seguridad de la familia, bajo el prisma de una nueva ética, como el caso del Teniente Coronel Swenson, amamos a nuestra gente por lo que son, sabemos que puede morir, pero nuestro amor los afirmará más allá de la muerte. El amor familiar vence el abismo que separa a los seres humanos, y hay en él un principio de eternidad. Así, amar a alguien en estos círculos de seguridad, es encontrar nuestra realización final y la razón de nuestra existencia. El amor es un misterio más grande que la muerte, es aquello que une a la humanidad, es la forma más auténtica del ser humano y es el último momento de la evolución.