El pasado mes de junio, como brisa de aire fresco en medio de una cultura confusa y confundida, particularmente en torno a los temas de la afectividad, identidad personal, identidad sexual, relación entre las varón y mujer y un anhelo desbordado de libertad que invita engañosamente a la posibilidad de otorgarse una identidad a capricho, se oyó una voz que alerta ilumina la respuesta que debemos tener, especialmente los educadores en unos estos tiempos de confusión.
Se trata de un documento breve, pero de gran asertividad y pertinencia titulado “Varón y mujer los creó”, expedido por la Congregación para la educación católica. Este documento pretende ofrecer y animar reflexiones que alerten y certezas que orienten y apoyen a todos aquellos que estamos en dialogo educativo con jóvenes y niños, ya sea en el hogar o en las instituciones educativas. Se trata de una vía de dialogo sobre la cuestión del gender en la educación que ofrece, en sus 28 páginas, una estructura para poder abordar metodológicamente en las tres actitudes de escuchar, razonar y proponer, las cuestiones más debatidas sobre la sexualidad humana, a la luz de la vocación al amor, a la cual toda persona está llamada. Se trata de un documento que provoca y evoca desde su título, reflexiones sobre el anhelo y la esperanza de reconocer el pan de amor que hay en el gesto de creación en el que “Varón y mujer nos creó, a Su imagen y semejanza nos creó”. Se confirma y fundamenta “la visión antropológica cristiana que ve en la sexualidad un elemento básico de la personalidad, un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los demás, de sentir, de expresar y de vivir el amor humano.”
Los 57 puntos que se incluyen en el documento dan cuenta de un recorrido que va desde la relatoría histórica que describe un trayecto hacia la confusión profunda en la que nos encontramos hoy y que caracteriza en gran medida a la sociedad postmoderna.
El documento no pretende solamente hacer un diagnóstico descriptivo de las confusiones en este ámbito de la identidad personal y el sentido de la sexualidad humana, hoy tan manipulada en la narrativa mediática y sociocultural, sino que ofrece caminos de dialogo al identificar puntos de encuentro y desafíos comunes en una cultura que podría percibirse como dividida y contrapuesta. Por un lado, todos los días somos testigos de propuestas legislativas y directrices educativas que menoscaban la dignidad de la persona y la sumergen en una confusión profunda acerca de quién es y de supuestos derechos que le ofrecen una libertad absoluta y arbitraria, disfrazada con una bandera exacerbada de “diversidad y tolerancia”. Al mismo tiempo, vemos esfuerzos decididos por proteger a la familia, al os niños y jóvenes, a los padres de familia en su derecho de educar a sus hijos y en el clamor por una convivencia que, sin ser discriminatoria, no pretenda normalizar o equiparar instituciones, ni imponga una cosmovisión desde una motivación reivindicativa y demandante.
El documento propone contemplar con serenidad la evidencia de nuestra naturaleza humana y la belleza de los que está inscrito en ella: el llamado al encuentro complementario con el otro, la vocación a la plenitud en el amor y en la relación fecunda y sobre todo, el don de la creación desde y para el amor que nos permite encontrarnos en la diferencia para que, reconociendo nuestra misma dignidad y el destino común al amor, podamos caminar en armonía reconociéndonos como don y animándonos a salir al encuentro del otro.
No cabe duda de que los padres de familia y educadores en general, nos encontramos ente el desafío de una verdadera emergencia educativa que tiene afectaciones sin precedentes, pues está en juego la comprensión y construcción del núcleo central de la persona: su identidad, que se expresa en su forma total de ser persona, pero muy particularmente en su afectividad y sexualidad.
La cultura posmoderna se ha caracterizado por proponer caminos de exacerbada autonomía que ha llevado a las personas a la soledad y la fragmentación. Además, ha propuesto caminos educativos que “transmiten una concepción de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero que en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón”, creando una profunda “desorientación antropológica” que conlleva a la fragilidad en la propia identidad y a la ruptura en la dimensión relacional, amenazando seriamente la posibilidad de cultivar la riqueza del encuentro, de reconocer el propio ser como don, en resumen, imposibilitando el amor verdadero.
El debate que representa la ideología de género, al negar la diferencia sexual entre hombre y mujer, afirmando que el sexo no se define genéticamente, es decir en el nacimiento, sino que se construye según los deseos individuales. Es decir, soy varón o mujer, porque es lo que siento y quiero ser, no solo tiene un componente de libertad tan exacerbada como irreal que resulta seductoramente destructivo, sino que lo más importante es que socaba el fundamento antropológico de la familia, al separar drásticamente la diversidad y complementariedad biológica entre varón y mujer y su sentido de fecundidad relacional.
Esta ideología supone además, dejar de lado la educación al amor, según se define en el Concilio Vaticano II, en donde se especifica que la educación sexual debe responder “al propio fin, al propio carácter, al diferente sexo..” que es el signo visible de la complementariedad y del llamado al amor.
El documento se refiere, en primer lugar, a cómo ha evolucionado el concepto de género en el siglo XX, que fundamentalmente se resume en una “lectura puramente sociológica de la diferenciación sexual enmarcada dentro de las libertades individuales” haciendo hincapié en que la “identidad sexual tiene más que ver con una construcción social que con una realidad nuestra o biológica”. Como consecuencia provoca que, en “las relaciones interpersonales lo que importa es el afecto entre los individuos, independientemente de la diferencia sexual y del fin procreador de dichas relaciones, relaciones que se consideran irrelevantes en la construcción de concepto familia”.
Indudablemente el concepto de Ideología de Género difiere sustancialmente de lo que en la diferenciación sexual propugna una adecuada antropología cristiana. Pero se reconoce el aporte de algunas investigaciones serias que buscan profundizar adecuadamente en el modo en que se vive en diferentes culturas la diferencia sexual entre hombre y mujer. Sin embargo, es muy relevante reconocer que el documento destaca los puntos de encuentro que subyacen en esta ideología, siendo esto de un valor y relevancia particular, pues permite identificar tareas comunes que se pueden emprender, así como desvelar las razones por las nuevas generaciones tienen enorme receptividad, muchas veces justificada, ante injusticias y excesos ante los que todos deberíamos con urgencia implicarnos en erradicar. Algunos de estos puntos de encuentro son: el reconocimiento de la urgencia y compromiso de “luchar por erradicar cualquier expresión de injusta discriminación” entre los individuos, el llamado, urgente también, a “respetar a cada persona en su particular y diferente condición, de modo que nadie debido a sus condiciones personales pueda convertirse en objeto de acoso, violencia insultos y discriminación injusta”.
Así mismo, el documento es muy asertivo en motivar a trabajar con esmero en el esfuerzo por aumentar la comprensión antropológica de los valores de la feminidad, sin menoscabo de los valores de la masculinidad y su mutua riqueza.
Sin embargo, es claramente una reflexión orientativa en el sentido de clarificar los abundantes puntos discrepantes entre la Ideología de genero y una adecuada antropología cristiana. Esencialmente describe cómo estas teorías estimulan “un proceso progresivo de desnaturalización o alejamiento de la naturaleza”, provocando la confusión y fractura antropológica que podemos evidenciar en tantos jóvenes y que se denomina “liquidez” y “fluidez postmoderna”.
La propuesta de la ideología de género de un dualismo antropológico da origen a un “relativismo, donde todo es equivalente e indiferenciado, sin orden ni finalidad” vaciando de una manera irremediable la antropología, la identidad de las personas y el sentido y ser de la familia y sumergiendo a la sociedad actual en un vacío desolador, en la angustia, la soledad y el sinsentido.
Volver a la centralidad del cuerpo como un elemento integral de la identidad personal y de las relaciones personales, debe ser la respuesta a una cultura que propone, al mismo tiempo el desprecio y la sobre valoración del cuerpo, desviándolo radicalmente de su propósito que es “la subjetividad que comunica la identidad del propio ser” y le posibilita a la persona a abrirse al otro como un don, como una presencia de amistad que transforma la vida.
El documento reconoce también que “la familia es el lugar en donde la relación entre hombre y mujer encuentra su plena actuación. La familia es una realidad antropológica y, en consecuencia, una realidad social de cultura” es decir, “una sociedad natural en donde se realizan plenamente la reciprocidad y complementariedad entre hombre y mujer.” De este reconocimiento derivan dos derechos muy importantes: “el primero es el derecho de la familia a ser reconocida como el principal espacio pedagógico para la formación del niño”, lo que fundamenta el derecho que tienen los padres a educar a sus hijos; y el segundo, es el “derecho de un niño a crecer en una familia con un padre y una madre, en el que se genere un ambiente idóneo para su desarrollo y maduración afectiva”.
No cabe duda, que la sociedad actual ejerce una seductora imposición que ofrece una libertad centrada en uno mismo y sin ningún tipo de limites o consideraciones, no solo a los demás, sino a la identidad dada. Si antes de decía, “tu libertad termina en donde comienza la del otro”, en un reconocimiento implícito a la naturaleza relacional del hombre. Hoy la sociedad sugiere a los jóvenes, “la libertad no reconoce a los otros y tampoco termina. Tú eres libre para decir no solo lo que quieras hacer, sino lo que quieras ser.”
Ante esta seductora y destructiva embestida “no se puede dejar a la familia sola, frente al desafío educativo” debiendo fomentarse una “alianza educativa entre familia, escuela y sociedad.”
Para estar a la altura del desafío que nos compete, los educadores debemos reconocer la necesidad de invertirnos en proceso educativo continuo, que debe abarcar no solamente aspectos profesionales específicos, sino y sobre todo, aquellos culturales y espirituales que puedan ensanchar las posibilidades de los alumnos, al ver en sus educadores testigos y testimonios de una vivencia plena de la identidad personal. Necesitamos adquirir conocimientos, herramientas y coherencia de vida que nos permitan dotar a los jóvenes y “acompañar a los educandos hacia objetivos elevados”, relacionándolos “entre ellos y con el mundo social”. “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan y, sobre todo, si escucha a los que enseñan es porque a su vez dan testimonio”.
El documento concluye afirmando que «el diálogo parece ser el camino más efectivo para una transformación positiva de las inquietudes e incomprensiones», para el desarrollo en profundidad del ser humano, ante la complejidad de la situación cultural que afrontamos.
«Más allá de cualquier reduccionismo ideológico los educadores católicos están llamados a transformar positivamente los desafíos actuales», siguiendo el camino de la razón y de la propuesta cristiana. «Los formadores tienen la fascinante misión educativa de enseñar un camino en torno a las diversas expresiones del amor, al cuidado mutuo, a la ternura respetuosa y a la comunicación en busca de sentido».
Como brisa fresca de verano, este documento de reflexión, invitación al dialogo y caminos concretos para los educadores en este momento de enormes oportunidades y profundamente decisivo de la historia, concluye con recomendaciones que iluminan, particularmente a formadores, sobre la urgencia, esperanza y desafío de preparación que requiere y reclama nuestro tiempo y que merecen nuestros jóvenes y niños.
«La Congregación para la Educación Católica alienta a continuar con la misión formativa de las nuevas generaciones y especialmente de quien sufre la pobreza en sus distintas expresiones, -también la pobreza de nuestro tiempo que le impide a la persona reconocerse como don y reconocer su origen y destino en el amor- y que, para superar esta desolación, necesitan del amor de los educadores y educadoras».