Por Sergio Cerda.
La vida moderna nos tiene hoy envueltos en una maraña de superficialidades que enferma y mata a las familias. Y que trae como consecuencia la profunda descomposición social que vivimos todos los días.
Los valores, los principios, las buenas costumbres, están “pasadas de moda”. Hoy reina la superficialidad, lo inmediato, lo desechable; aquello que no genere compromiso pero que sí de una “felicidad” pasajera sin tanto problema.
Hablar de “aguantar al marido”, soportar al vetusto jefe, que además paga una miseria por mis grandes conocimientos y talentos, vivir sin el celular porque mamá me castigo, etc., son temas que ya no suceden. Porque, si no eres feliz ¿para qué estas con él? Si no te paga lo que estudiaste ¿Qué haces ahí? Si no te dan el celular ¿De verdad te quiere? Estamos en la cultura de lo inmediato.
Hoy todo es relativo y se tienen que respetar todas las posturas, por absurdas que estas sean. Pero ¿qué fue lo que nos pasó? ¿Dónde nos perdimos? ¿cómo llegamos a esta era “light” y de relaciones líquidas?
Esta generación es consecuencia de las antecesoras. Venimos de unos padres que repetían la frase “que mis hijos tengan lo que yo no tuve” “que no pasen por lo que yo pasé”. En algunos casos era darles estudios, y está bien. Pero en otros era darles cosas materiales, trabajar todo el día sin importar quién o cómo criara a los hijos. Hijos creciendo de alguna manera solos, intercambiando amor por juguetes o ropa de marca. Hijos aprendiendo a llenar huecos emocionales con cosas. Cosas que evidentemente no llenan ni son suficientes para enseñarle a un hijo lo que realmente le va a dar felicidad y trascendencia.
Al primer llanto, “ya préstale el teléfono”, “ya dale el juguete”, “déjalo que este en la tele”. Ese niño aprendió que, llorando, haciendo berrinche y enojándose, se consigue lo que quiere; ese es el adolescente que no puede imaginar la vida sin el teléfono de moda que traen todos sus compañeros, sin el coche que ya necesita tener porque todos tienen uno. El adulto que aprendió que merece todo y que todo llega fácil, que no cuesta, que llorando o haciendo berrinche “se le concede todo”. Ese adulto que, al primer problema, si no le dan lo que quiere o “necesita”, se va. Ese adulto que no está dispuesto a comprometerse con nada ni con nadie para conseguir las cosas por sí mismo, que no sabe hacer equipo y trabajar por un bien común, y que anda brincando de trabajo en trabajo, de relación en relación, buscando quién le satisfaga sus caprichos y deseos. Buscando y buscando… buscándose.
Nadie le enseñó que las cosas se ganan, que las cosas que valen la pena, cuestan y que hay que valorarlas. Nadie le enseñó que se tiene que ser responsable y agradecido. Que hay que trabajar duro para intentar prosperar. Y algo muy importante, que en la vida hay buenas y malas. Que a veces estás arriba y otras abajo, que la vida tiene retos, problemas, circunstancias difíciles que tendrás que superar y de las que saldrás fortalecido si las vives correctamente. Y que, así como tiene grandes momentos de felicidad también llegarán los más obscuros y tristes. Que no puedes tenerlo todo, ni andar por la vida de manera irresponsable creyendo que todos deben ser y comportarse como tú quieres.
La resiliencia esta en nosotros. Las herramientas están ahí. Pero muchas veces no sabemos cómo usarlas, se nos han oxidado por la falta de uso, se nos olvidó donde las pusimos. Porque solo en escasas ocasiones las hemos utilizado. Porque nadie no dijo que las íbamos a usar. Porque se encargaron de resolvernos los problemas de aligerarnos la vida para no sufrir.
Hasta que un día, tarde o temprano, te darás cuenta de la realidad, y verás que la vida no era esa burbuja de seguridad que te construyeron tus padres; ese día buscarás dentro de ti y necesitarás ayuda. Te darás cuenta de que los cimientos que construiste en lo materia y superficial de poco te ayudarán, te darás cuenta de que te falta algo, algo en que creer, algo que trascienda, que te permita ir más allá.
Y es que entre las tablets, los viajes, el dinero y los lugares de moda ¿en qué momento queda tiempo para Dios? Porque “que flojera ir a misa,” “la iglesia es un negocio”, “yo no necesito intermediarios para hablar con Dios”, etc. Frasees que al final del día solo revelan una postura: evitar el compromiso.
Sin embargo, el camino siempre es más llevadero cuando lo andas de la mano de algo superior, cuando la fe en Dios te acompaña y te lleva de la mano. Ser un hombre o una mujer de fe fortalece tu espíritu y te da certeza en situaciones difíciles.
Es por eso que la resiliencia y la fe deben ir de la mano. Debemos de enseñar a las nuevas generaciones desde el amor, sembrar en ellas lo verdaderamente importante.
Fomentar en los hijos el agradecimiento, enseñarlos a valorar y trabajar por lo que quieren, entrenarlos en la tolerancia a la frustración y acompañarlos en el crecimiento de su vida espiritual son herramientas fundamentales para que puedan descubrirse, amarse y aceptarse tal cual son.
La situación actual nos exige encontrar la manera de acercarnos a los niños y jóvenes. No abandonar a las familias a su suerte, a replantearnos un camino donde busquemos contenidos de valor. Nacimos para estar en pareja, para formar una familia y vivir los valores, con la presencia de Dios en nuestras vidas.
La vida nos pondrá muchas enseñanzas disfrazadas de problemas, con fe, sabrás que Dios actúa siempre para nuestro mayor beneficio, que su camino es el mejor para nosotros y que, aunque en el momento no lo entendamos y nos duela tal o cual situación, al final veremos el milagro en nuestra vida: solo hay que confiar, porque lo verdaderamente importante trasciende siempre.