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La comunicación y el encuentro marital: pilar de la sociedad

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Dr. Rodolfo Castro

La comunicación y el encuentro marital: pilar de la sociedad

El hombre es un ser relacional, creado para el encuentro e invitado al don de sí; sólo bajo estas premisas antropológicas se comprende que la comunicación entre las personas es una expresión natural de su capacidad relacionalidad que termina por afirmar su individualidad y unicidad, así el dialogo es una forma de amar y el amor un encuentro personal.

Lo propio y natural de la vida conyugal y familiar es que en el dialogo se exprese la afirmación por el otro y se comunique nuestra mismidad. Así, por un lado, el dialogo es una expresión cotidiana de respeto, gratitud, preocupación y amabilidad por el otro; así como una vía que permite comunicar tanto deseos, anhelos y aspiraciones; como limitaciones, dolores y dificultades. Bajo estas coordenadas, el dialogo enriquece, conforma y engrandece; y contrariamente, su ausencia sería la incapacidad de manifestar el amor al prójimo cercano.

El presente escrito busca advertirnos del peligro de la ausencia del dialogo y recorre un camino de vuelta como expresión de amor, para tal propósito nos basaremos en la obra de Antoine de Saint Exupéry, El Principito, intento que ya fue desarrollado por dos queridísimos colegas: Manuel Rodríguez en Amor conyugal y Leonardo Paz en Dialogo fecundo. El protagonista de nuestra obra elegida recorre varios planetas, habitado cada uno por personajes con distintas características que podrían perfectamente enseñarnos diferentes actitudes frente al dialogo, exploremos uno a uno y saquemos valiosas enseñanzas.

El primer planeta fue habitado por un rey, aquí «el mundo está muy simplificado: todos son súbditos suyos», este personaje representa el poder y por lo tanto todos deben someterse a su autoridad y obedecerlo, no hay encuentro sólo una triste relación utilitaria unidireccional. Es la persona que no soporta que las cosas no salgan como ellas quieren, sólo desean que se haga su voluntad, incapaces de escuchar se encuentran encerradas en un egoísmo estéril.

En el segundo planeta, el Principito se encuentra en un mundo habitado por un vanidoso, para este personaje todos son simples admiradores, no escucha, no prestra atención, sólo anhela recibir aplausos, porque el vanidoso «solo oye las alabanzas». Es la persona susceptible que teme encontrar la verdad y sólo busca con afán desmedido el tener que lo afirme, con la finalidad de no evidenciar su vacío y sinsentido.

El siguiente planeta fue habitado por un bebedor, se trata de un personaje triste, absurdo y aburrido; ante la pregunta sobre el por qué bebe, le responde «bebo porque

tengo vergüenza de beber», así se manifiesta claramente el triste ciclo mortal del vicio, es el falso regocijo del placer que encierra a su víctima en un círculo hedonista. Es la persona que huye de la verdad, se esconde y evade la realidad, encuentra en el vicio un analgésico que adormece su conciencia y anhelos.

El cuarto planeta era muy pequeño y sólo vivía un corpulento hombre de negocios junto a un gran escritorio, quién se dedicaba a sumar e imaginaba ser el dueño de las estrellas, este personaje se encontraba muy ocupado y le llamo la atención del Principito por su obrar, quién se decía a sí mismo «yo soy útil para la flor que poseo, tú no eres útil para las estrellas que dices poseer porque pones su número en un papel y lo encierras en un cajón con llave». Es la persona que se ha vuelto ciega, sorda y muda para lo esencial, el mundo la ha absorbido y las preocupaciones de su día son un evidente refleje de cómo se ha planteado la vida, su corazón está envuelto en la rutina y preocupado por poseer más y más.

El siguiente planeta es muy pequeño al punto de que sus días duran tan solo un minuto y es habitado por un farolero que tiene por misión encender y apagar el farol y lo hace porque «es su consigna». Lo curioso es que el farolero está cansado y quiere siempre dormir, pero la consigna se lo impide y por eso hace las cosas de mala gana o por obligación. Es la persona que ha perdido la ilusión y su vida es una colección de sobreentendidos que deben repetirse porque si, aquí lo dañino no es la rutina que ordena y da estructura sino la rutinización que aniquila las aspiraciones del corazón.

Finalmente, el último planeta estaba habitado por un geógrafo, este personaje se ve a sí mismo tan digno e importante que cree que su función es solamente recoger y consignar la información que le traen los exploradores; para el geógrafo todo lo que no sea lo suyo es efímero, se encuentra envuelto en su obrar y los otros son sólo peones que contribuyen a lo suyo. Es la persona que no se involucra realmente con la realidad, no termina de pisar tierra y su preocupación sigue siendo teórica-externa, se esconde pensando que «todo está bien» pero sin comprender la situación concreta del otro.

Para empezar a dialogar valdría la pena preguntarnos ¿Cuánto tenemos de estos personajes y cuánto estamos haciendo por cambiar? Si no entramos honestamente en nosotros mismos buscando la verdad y no solo la comodidad, difícilmente lograremos establecer un diálogo fecundo. No se trata de un checklist, es en el fondo una respetuosa invitación que Saint Exupéry nos hace, que esperemos sea acogida y vivida por todo aquel que anhela vivir el encuentro. Reconocer, aceptar, cambiar y perdonar es la vía del amor, un amor que acaba, que no perdona y que no nos hace mejores personas, no es amor; sino una pasión ciega o un simple lazo afectivo egocéntrico. Así la vía del amor pasa por el encuentro personal y dicho encuentro se hace concreto en el dialogo honesto.

Maestría en
Ciencias de la Familia

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