Lo que no está al principio, no estará después en ninguna parte

Lo que no está al principio no estará después en ninguna parte
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Ese axioma o principio que figura como título de esta breve reflexión, vale para todo, y por tanto es válido también para el ámbito de la psicología y la psicoterapia. Pero de un tiempo para acá todo parece indicar que la novedad en sí es el valor supremo y sin el cual nada tiene interés. Pero, como versa el título de un libro de espiritualidad, “caminamos sobre las espaldas de los gigantes”. Con ello me refiero a los grandes autores clásicos, que meditaron una y otra vez sobre el mundo, sobre la realidad humana y sobre el fundamento de ésta, que es Dios. Por eso, es necesario volver una y otra vez sobre esos gigantes. Uno de ellos, sin es que el mayor, es santo Tomás de Aquino, quien es tenido por la Iglesia católico como la luz más grande, más poderosa y de mayor amplitud de miras de todos los tiempos; esto a nivel simplemente intelectual, pero si a ello añadimos que tiene el sello de garantía de la santidad declarada por la Iglesia con toda su autoridad, entonces la cosa se vuelve aún más clara y rotunda, pues eso quiere decir que el verdadero artífice de este portento de la filosofía y de la teología cristianas –y en realidad de la filosofía y de la teología tout court– es el Espíritu Santo.

Eso es lo que se entiende y se ha de entender por “sabiduría clásica”, entendiendo “clásica” no sólo como algo referido a un cierto período en la historia universal, sino, atendiendo a la literalidad del término, referido a lo que es perenne, es decir no pasa ‘de moda’, es válida para siempre, precisamente porque es ‘de clase’, es de altura, es profunda; es decir, tiene raíces en la verdad del hombre, en la verdad de siempre sobre el hombre, su origen, su sentido último y su destino. No en ideologías, no en modas, no las ideas de turno o ‘aires de doctrina’, como denomina el gran san Pablo a las herejías. Ciertamente se refiere a temas tocantes a la teología, y por ende a la Revelación. Más no hemos de olvidar que una mala filosofía lleva a una mala teología; ahí está la historia de la teología para demostrarlo.

Y al hablar de la relación entre filosofía y teología, y más en concreto a la correlación entre antropología filosófica y antropología teológica, el Cristianismo tiene la respuesta final y definitiva, porque es el mismo Evangelio el que dice que Jesús “sabía lo que hay en el hombre” (Jn 2, 25). El Concilio Vaticano II, basándose en esa convicción, declaró con toda la autoridad le compete en la Iglesia y de cara al mundo, que “Cristo […] revela plenamente el hombre a sí mismo”, pues “en realidad, solamente en el misterio del Verbo encarnado el misterio del hombre encuentra verdadera luz”, y esto lo hace “revelando el misterio del Padre y de su amor” al hombre; y así haciendo, “le manifiesta su altísima vocación”(Gaudium et spes, 22). Por tanto, la verdadera imagen e identidad del ser humano sólo se encuentra en Cristo mismo, “verdadero Dios y verdadero hombre”, como profesamos en el Credo. Y la visión cristiana, revelada, de hombre, nos presenta un ser surgido de las mismísimas Manos Amorosas de Dios (cfr. Gen 1 y 2), pero el cual se revela y cae, lo cual denomina la teología católica “pecado original”. Es por eso que las antropologías, psicologías y psicoterapias no darán con el fondo del problema si no tienen en cuenta dicha revelación sobre el hombre. Sin embargo, es la misma Revelación en Cristo que nos lleva a dejar todo pesimismo antropológico, ya que el hombre ha sido redimido -es decir rescatado- por la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, el misterio del hombre se esclarece precisamente teniendo en cuenta estas dos grandes verdades reveladas. Por lo demás, son verdades que tienen su confirmación fenomenológica y existencial en la vida de cada uno de los hombres; basta un mínimo de sinceridad para que ello sea aceptado, como lo demuestra toda la historia de los cristianos, así como lo dejan de manifiesto las historias personales de los convertidos a Cristo.

Es en ese marco revelado y honestamente admitido, tanto por la doctrina como por la experiencia, que se puede construir, pues, una correcta antropología. Para decirlo con san Juan Pablo II: una “antropología adecuada”. De ahí se desprende todo el ‘andamiaje’ antropológico-moral de “vicios y virtudes”, como lugar de la lucha continua del hombre por hacer prevalecer el hombre redimido sobre el hombre caído; es decir la gracia sobre el pecado. Y es desde ahí también que se puede ver con diáfana claridad la repercusión que dicha ‘batalla’ tiene en el desarrollo y en el equilibrio del ser humano y de su actuar. Por eso, la Iglesia, ya desde sus inicios -y de manera especial con la doctrina perenne de los Santos Padre, enseñanza clara y preclara, es decir iluminada por el Espíritu Santo, y confirmada con su santidad de vida y no en pocas ocasiones con su vida misma, ya que muchos de ellos sellaron su fidelidad a Cristo y su magisterio con el martirio-, que la Gracia de Dios es un elemento central, fundamental y esencial, para el buen obrar; de hecho, para el cristiano ello es indispensable, precisamente por su configuración -al menos inicial- por el Bautismo.

Así las cosas, se puede y se debe afirmar que sólo Cristo es el “restaurador de la persona”, pues Cristo no sólo es Aquél por el cual fueron creadas todas las cosas (cfr. Col 1), sino, de manera primordial, por Él fue creado el ápice de la Creación, que es hombre, primero, y después fue “recreado” por su Muerte y Resurrección, como también nos enseña la doctrina católica. Insistimos: es desde esta visión antropológica, tanto desde la sana filosofía como de la auténtica teología católica, que se puede construir una ‘correcta’ y “adecuada” psicología. En pocas palabras, siguiendo el axioma puesto por el Concilio, sólo una antropología cristiana es una antropología, plena y completa. Así mismo, sólo una psicología cristiana puede ser una verdadera psicología, plena y completa. Y sólo así se puede hablar de una antropología y una psicología integrales, base indispensable para una verdadera, integral y equilibrada aplicación de la psicología a la terapia emocional y existencial; es decir sólo con esas bases, claras, transparentes, y que también reconocen sus límites como ciencias humanas en cuanto tales, se puede dar una verdadera psicoterapia. Por ende, sólo una psicoterapia cristiana, o mejor: que se fundamenta sobre una antropología y psicología cristianas, puede ser una verdadera psicoterapia. En definitiva, la psicología y la psicoterapia necesitan de la Revelación y de la Gracia, es decir necesitan de Cristo, para ser fiel a sí mismo como medio de conocimiento, acompañamiento y curación de la persona en sus problemas, traumas y límites en el ámbito netamente psicológico. Sólo una psicoterapia desde Cristo puede ser útil al hombre y obtener todo el alcance a la que está llamada en su servicio a la persona humana.       

Es esto lo que el seminario “Antropología Cristiana. Luz y certeza en la terapia psicológica”, quiere hacer ver. Impartido por el P. Ignacio Andereggen, doctor en filosofía, teología y psicólogo, uno de los mejores y más profundos conocedores de la filosofía, la teología y la psicología de santo Tomás de Aquino en el mundo, el curso se propone exponer, por una parte, la dimensión más teórica y doctrinal magistral, y, por otra, la aplicación más práctica y existencial de dichos principios y visión del hombre en la psicoterapia, de manera particular en el ámbito de lo matrimonial y familiar; para lo cual, contaremos también con la participación con Bertha Alicia Alcocer y Claudia Tarasco Michel, dos psicólogas y psicoterapeutas con una larga trayectoria con el estudio, docencia y práctica del apoyo y cura psicoterapéutica.

Por lo demás, desde el punto de vista cristiano, todo ello no se puede dar sin la “contemplación”, tanto del hombre como de la psicología; tanto del/la  psicoterapeuta como del/la paciente. En efecto, “la dimensión contemplativa es la verdadera clave de una auténtica psicología cristiana”, como lo han demostrado los grandes contemplativos del Cristianismo, y muy especialmente, además de santo Tomás de Aquino, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola, san Francisco de Sales, santa Teresita del Niño Jesús, santa Isabel de la Trinidad, así como otros, de los cuales y de cuya doctrina y mística el P. Andereggen también es experto.

En definitiva, de lo que se trata es que quede patente el hecho de que “lo que no está al principio no estará en ninguna parte”: es decir, si a la base de la psicología y de la psicoterapia no está una correcta concepción del hombre, de la persona humana, entonces aquéllas no serán correctas ni “adecuadas” para una verdadera y eficaz sanación psicológica y espiritual del ser humano, del matrimonio y de la familia, que es la base, la célula fundamental -“célula madre”, diría Benedicto XVI- de la sociedad y de la Iglesia.

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