Más de 2,000 jóvenes de todo el mundo le dieron la bienvenida al Papa Francisco cuando llegó a Panamá para la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud.
El fuerte, largo y sincero abrazo del Papa a las familias y las personas solas, a las enfermas y a las encarceladas, a los que están en crisis espiritual, pero también a los que testimonian el Evangelio, ha dado paz y alegría.
Los santos protectores como San Óscar Romero, San Juan Diego o Santa Rosa de Lima, acompañaron a los participantes con ejemplos de vidas que han elegido el Evangelio como brújula de sus vidas. De todos los países, muchos jóvenes, a menudo dirigidos por sacerdotes y obispos, participaron en una reunión mundial nacida por la voluntad de un santo: el Papa Juan Pablo II.
El Vía Crucis, la misa y las reuniones con jóvenes, fueron momentos de oración en los que reflexionaron sobre la paz, la belleza de la vida y la familia.
«Ya ves: un amor que une es un amor que no impone y no aplasta, es un amor que no margina y no silencia, no calla, un amor que no humilla y no somete – explicó el Papa- . Es el amor del Señor, el amor cotidiano, discreto y respetuoso, el amor por la libertad y en la libertad, el amor que sana y eleva.
Es el amor del Señor, que sabe más de elevarse que de caer, de reconciliación más que de prohibición, de dar nuevas oportunidades pero de condenar, del futuro más que del pasado.
Es el amor silencioso de la mano extendida en el servicio y en darse a sí mismo: es el amor que no se jacta, el amor humilde que se da a los demás, siempre con la mano extendida».
Este es el gran sueño que une a los jóvenes de todo el mundo que buscan sus proyectos de vida en esta gran celebración alegre, con las palabras que brotan del “corazón joven” del Papa Francisco.
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