Por Mtro. Carlos Lepe Pineda
Profesor de la materia de Ética en el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II sede México.
Concepto de Persona Humana
Cuando decimos la palabra persona, en general solemos pensar en gente, en abstracto: “me espera una persona”, “hay una persona en la puerta”, “van a asistir muchas personas” y así, de este modo.
En realidad, el término persona tiene, además de este uso ordinario, un contenido técnico y preciso, en el contexto de la filosofía. De este modo, podemos preguntarnos, entonces ¿qué es persona?
La pregunta es interesante, porque en realidad está mal formulada. No se pregunta “qué es persona”, sino “quién es la persona”. Esto se debe a que, en cuanto seres humanos, no somos un algo (“qué”), sino que somos alguien (“quién”).
Vamos a tratar de comprender esta distinción desde nuestra experiencia personal. ¿Por qué me siento mal cuando voy a una oficina y me tratan sólo como un turno, un número, un trámite, un problema? Porque pareciera que la persona, yo, no importa.
Hace poco me decía una persona: acudí a hacer un trámite y la persona que me atendió no quiso realizarlo, pues parece que había un error en el sistema. Eso no fue lo peor, sino su actitud: nunca me volteó a ver, no despegaba los ojos de la pantalla de su computadora, no me dio opciones; sólo señaló que había un error y que no procedía el trámite. Esto enojó a esa persona, porque se sintió tratada indignamente, como si fuera un mero objeto.
La Dignidad y la Persona
En esto último hemos encontrado una palabra interesante: dignidad. Cuando una persona humilla a otra, decimos que eso no es digno de esta última. También solemos decir que se le trató indignamente. En otro contexto, decimos que ciertas realidades no son dignas de la persona. Cabe preguntarnos, ¿qué tiene qué ver la dignidad con la persona?
Vamos a aclarar esto gradualmente. Para empezar, hay que decir que la persona es el ser humano contemplado desde lo que tiene de único, de irrepetible, de insustituible.
En efecto, cada persona es única. Cuando nos damos cuenta de esto, dejamos de etiquetar a los demás. Dejamos de pensar que todas las personas caen en alguna clase que las describe por completo. Cuando afirmamos que cada ser humano es persona, lo que estamos diciendo es que cada uno es único y, por tanto, es un misterio que no se puede agotar. Siempre hay algo de qué conversar. Siempre hay algo nuevo qué saber. Siempre se puede aprender algo de los demás.
También, cada persona es irrepetible. Cuando una persona muere, se crea un gran vacío en el mundo. Cada persona es, verdaderamente, irrepetible: su sentido del humor, sus buenos y malos momentos, sus aprendizajes y sus enseñanzas. Todo lo que una persona siente, hace, piensa y cree es irrepetible. Por esa misma razón, todo ser humano es digno de aprecio, de atención, de ser llamado por su nombre.
Finalmente, dijimos que la persona es insustituible. Podemos sustituir la función: contratar otro director general u otra secretaria; podemos buscar otro maestro, mecánico o arquitecto, entre tantas opciones. Sin embargo, no podemos pedir a la persona que llega que sea igual a la que se fue. Las funciones se sustituyen, las personas no. Pensemos, ¿por qué las personas son insustituibles? Precisamente porque hay algo que hace única a cada persona y, en ese sentido, la convierte en irrepetible. Por tanto, cada vez que alguien sale de nuestra vida, es insustituible en cuanto persona.

Los seres humanos sabemos lo que valemos
Pensemos, se produjo un atentado terrorista en Medio Oriente. Murieron varias decenas de personas en un templo que fue atacado por un comando. Vemos la noticia y nos parece algo parecido a la literatura. Es un relato de algo extraño, ajeno, referente a personas que no conocemos y, además, sucedió tan lejos de nuestro lugar de residencia, que es casi insignificante (literalmente, “sin significado”). Ahora bien, ¿qué sucedería si nosotros fuésemos víctimas de un atentado? Nos horrorizaríamos, exigiríamos justicia, buscaríamos que los demás se manifestaran en torno a ese acto de barbarie y violencia, y que nuestros muertos no fueran olvidados.
¿Qué quiere decir lo anterior? Fundamentalmente, que los seres humanos sabemos lo que valemos, nosotros y los que amamos, pero nos cuesta trabajo afirmar lo mismo de los desconocidos. Esto es un grave error. La filosofía nos enseña que todo ser humano es persona. En cuanto persona, cada ser humano, como dijimos, debe ser tratado como alguien único, irrepetible, insustituible. Del mismo modo, hay que afirmar que toda persona es digna.
Para decirlo en pocas palabras, dignidad quiere decir valor. Una pregunta, ¿cuánto vale cualquier persona que amamos sinceramente? ¿Mil dólares? ¿Cien mil dólares? Si somos sinceros, diremos que no podemos dar precio a una persona y esto es cierto. Ya decía el filósofo Immanuel Kant que la persona humana tiene valor, pero no precio. No podemos poner precio a la persona, pero sí podemos afirmar que vale. Y una persona vale infinitamente.
Este valor infinito de la persona es, precisamente, lo que denominamos dignidad. La dignidad humana consiste en el valor infinito de la persona, por lo cual todo ser humano se merece ser respetado pero, también, ser promovido.

El respeto a la dignidad humana prohíbe todo tipo de maltrato, humillaciones, acoso, violencia y demás conductas que, en el fondo, convierten a la persona en un objeto o que no están acordes con su valor intrínseco.
Del mismo modo, la dignidad humana nos llama a promover la existencia de los demás: ayudar al que lo necesita, dar de comer al hambriento, enseñar al que no sabe, acoger al migrante, ser generoso con nuestros bienes en favor de las personas, etcétera.
En definitiva, la persona no es un qué, como decíamos al principio, sino un quién. La persona humana es un ser digno, porque se merece, justamente, ser tratado como persona. Sin importar su condición social, su salud, su edad, su sabiduría o ignorancia y cualquier otra característica, los seres humanos poseemos una dignidad irrenunciable, la cual nos llama a vivir de otro modo: tratando a cada ser humano como quisiéramos ser tratados. Todavía mejor, tratando a la persona mediante la única actitud correcta que se puede tener ante ella: el amor.