¿Hombre y mujer, somos “exactamente” iguales? Si eres hombre, ¿te resulta siempre fácil interactuar con las diferencias que encuentras en lo femenino? ¿Y si eres mujer, qué me puedes decir? ¿Por qué la humanidad está “encarnada” en estos dos cuerpos: masculino/femenino?
En casi todas las situaciones de la vida tenemos que convivir con la diferencia humana entre lo femenino y lo masculino
Desde los infantes, cuando van a aprendiendo poco a poco que la vida humana no se “encierra” sólo desde su perspectiva masculina o femenina; con la adolescencia y juventud, donde esas diferencias encuentran misteriosa y paradójicamente atracción, incomprensión, fascinación, y una mezcla de situaciones que cuestan trabajo clarificar, además, en ocasiones se viven las experiencias del noviazgo y esas diferentes situaciones se entrelazan con romanticismo, decepciones, victorias, fracasos, pulsión sexual etc.; pero no termina ahí, algunos deciden unirse para formar la “una sola carne” (Mc 10, 6-8), ¡qué gran misterio es este! (Ef 5, 32) porque las diferencias en nombre del amor y de un plan de vida, pretenden hacerse uno, y no siempre se ha captado la dimensión de la diferencia sexual, no siempre se ha comprendido en sí “el misterio nupcial”. Reflexionemos sobre esto.
Antropología: el dato de la complementariedad
El dato antropológico es este, tenemos la misma humanidad, la misma dignidad con dos diferencias y dos modos de ser: masculino y femenino.
Desde el mero biologismo sabemos que sólo con esta diferencia es posible la continuidad de la vida, la perpetuidad de la especie, el equilibrio que da al mundo. ¿Te imaginas vivir en mundo donde sólo existan hombres? o ¿te imaginas vivir en un mundo donde sólo existan mujeres? Podemos decir que el biologismo nos da un dato circunscrito a la cuestión genital y de reproducción de la especie, pero es obvio que la antropología tiene que ir más allá. No es sólo el dato biológico lo que está en juego, es todo “el ser” de la persona que se pone en relación y en acto ante la diferencia sexual.
Para la antropología es fundamental esa complementariedad que da la diferencia sexual, el humano es lo que es, gracias a la diferencia sexual. Desde el punto de vista antropológico es un “misterio” de comprensión e incomprensión al mismo tiempo por el ser del otro sexo, pero es un dato humano. La humanidad debe tratar de ahondar cada vez más en estas reflexiones que nos hacen iguales pero diferentes[1] para poder hacer una antropología que tome en cuenta el dato humano una “antropología adecuada” como diría Juan Pablo II en la Teología del cuerpo[2].
Carne de mi carne y hueso de mis huesos
No se trata de poner en la balanza quién vale más o quién vale menos, no se trata de valorar unas cosas y denigrar otras. Se trata más bien de hacer una reflexión clara y precisa de observación y comprensión de la diferencia/complementariedad. Para esto son elocuentes las materias antropológicas que se dan dentro del Instituto Juan Pablo II desde el punto de vista antropológico[3]. Si no entendemos que somos complementarios no podremos expresar el primer canto de alegría que se encuentra en la Biblia “esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Gen 2, 23).
Quiero decir, es necesaria una reflexión humana y científica para captar la dimensión de este “misterio” de la relación entre hombre y mujer. Pero no es suficiente, también es menester hacer una reflexión desde la Antropología Teológica para entender el plan de Dios, cuando tuvo a bien crear la humanidad en la encarnación de varón y mujer (Gen 1, 27; 5,2). Para esto refiero la gran enseñanza de la “antropología adecuada” ya citada. Donde una vez que ha explicado las “experiencias originales” (soledad, desnudez y unidad originaria) explica precisamente la complementariedad a la que está llamada la humanidad[4].
La lógica del don
Pero ¿esta comprensión/estudio a qué me debe llevar? ¿Para qué me sirve? ¿Es sólo una observación? ¿Es sólo para emitir “juicios” sobre aquello que no es igual a mi sexo? ¿Para caer en la zona de confort y decir “pues ni modo, así somos”? No. El dato antropológico nos debe llevar a una acción humana y concreta, a dar y recibir al otro/a la otra, como un don, como un regalo. A dar y recibir lo que somos: humanos, en la encarnación hombre/mujer. Dado que la humanidad es la «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, [y] no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et Spes 24).
Hombre y mujer no son hechos solamente, en la diferencia, como dos modos de ser binarios, sino que la complementariedad está enfocada a la donación, a darse y recibirse en lo que son. Aceptarse, comprenderse, ayudarse, promoverse como personas, es decir a siempre ser mejores[5].
La antropología del don
En las experiencias humanas muchas veces no sabemos darnos y recibirnos en absoluta transparencia humana entre hombre y mujer. Las incomprensiones nos dificultan muchas veces esa donación. En la pareja, por ejemplo, después de haber vivido la etapa del enamoramiento, les cuesta trabajo recibirse y darse “para siempre” en lo que son y serán, aceptarse como humanos, como personas (masculino y femenino)[6]. Los padres de familia también, a veces, tienen dificultades a relacionarse de manera transparente con su hijo o hija cuando no comprenden esta dimensión de donación en las diferencias humanas[7].
Es urgente recuperar y comprender a fondo la lógica del don, comprender la “Antropología del don”[8] para poder vivir el “misterio nupcial”. Lo más fundamental de mi existencia “ha sido donada”, yo no me he dado mi sexo, mi nombre, mi apellido, mi sangre, mi color de piel, mi lengua madre, etc., es decir, lo más profundo y elemental de mi ser “ha sido donado”, y si yo no sé donar y recibir en esa lógica del don, entonces no estoy comprendiendo del todo mi ser (Cfr. Gaudium et Spes 24).
El misterio nupcial
Entonces ¿qué es el misterio nupcial? Para empezar encierra en sí la palabra “misterio” con la complicación que ello significa[9], es decir lo comprendemos, pero quizás no del todo, siempre es una tarea por hacer, algo en lo que debemos seguir trabajando para su comprensión.
Podría resumir y simplificar diciendo que: la diferencia hombre y mujer de la que hablamos, la unidad/complementariedad que debemos vivir, es para la “comunión de personas”. Esto es el misterio nupcial: vivir la comunión de personas en la “unidad dual” de la humanidad, en esa donación recíproca que hacen hombre y mujer.
«El sentido nupcial del cuerpo es así una invitación a reconocer que todo lo que tenemos y somos, es un don. La nupcialidad establece, por tanto, una relación con el misterio absoluto del Padre, que nos da la vida y nos sitúa en el mundo. Por eso nuestra primera tarea en esta vida no es el deber de hacer algo, sino la aceptación del don originario de nuestra propia persona y vida. El cardenal Ersilio Tonini lo expresó así, contando esta anécdota de su niñez: “Hasta ahora”, le dijo su madre al cumplir siete años, “daba gracias a Dios cada mañana por el don de tu vida, y te recibía como don suyo. Ahora te toca a ti hacer lo mismo. Has de recibirte a ti mismo cada mañana de tu vida como don de Dios”»[10].
El carácter nupcial
El cuerpo humano tiene este “carácter nupcial” «lo que quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el hombre-persona se hace don. Verificando así el profundo sentido del propio ser y del propio existir.
En esta peculiaridad suya, el cuerpo es la expresión del espíritu y está llamado, en el misterio mismo de la creación, a existir en la comunión de las personas “a imagen de Dios”»[11].
Con todas las tareas que debe hacer el hombre en su libertad, «El significado nupcial del cuerpo humano está ligado precisamente a esta libertad. El hombre puede convertirse en don -es decir, el hombre y la mujer puede existir en la relación del recíproco don de sí- si cada uno de ellos se domina a sí mismo»[12], es decir si trabaja en esa comprensión de su ser y de lo que está llamado a ser en su “unidad dual”[13].
Hombre, Mujer, estás llamado a conocerte antropológicamente, a valorar y respetar la diferencia del otro sexo, sólo así podrás vivir en plenitud la complementariedad, esa que te va a llevar a ser un don para el otro, sabiendo dar y recibir en plenitud, no a medias, sino lo más excelso posible y siempre tratando de hacerlo mejor. La comprensión y vivencia de estos datos antropológicos serán clave para una verdadera comunión de personas, una verdadera y profunda común-unidad conyugal, familiar, y claro también fuera de los ambientes familiares, es decir, los sociales, los de amistad, etc., pero sabiéndonos y conociéndonos como hombre y mujer en el Misterio Nupcial.