Mtra. Claudia Orozco Galindo
“La resiliencia es la capacidad de renacer,
de desarrollar una vida interesante y positiva
a pesar de haber tenido que afrontar situaciones perjudiciales.”
– Micheal Delage
Una cosa tenemos por cierta en la vida: siempre va a haber adversidad. Las personas tenemos cierto grado de flexibilidad ante esta adversidad.
En la medida en que nos adaptemos a lo adverso, seremos más resilientes; es decir, podremos funcionar mejor a pesar de las dificultades propias de nuestra existencia.
Cuando las personas, integrantes de la familia, cuidan a los miembros de la estructura familiar, hablamos de que las estructuras familiares son más resilientes.
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¿Qué es cuidar?
Hay una raya muy delgada entre la sobreprotección y el cuidado.
La primera es, más bien, una disfunsión basada en la falta de confianza en el otro que lleva a la incapacidad para desarrollar la autonomía en los miembros de la estructura familiar que son más vulnerables. Definitivamente las familias sobreprotectoras, no practican la resiliencia; son más bien sistemas cerrados que no se adaptan ante la adversidad.
El cuidar a los miembros de la familia es enseñarlos, a partir de un ejemplo preciso, que la flexibilidad es posible. Un sistema familiar abierto es aquel que está dispuesto a aprender del medio, pero también que está al pendiente de cerrarse cuando la adversidad del entorno es demasiada. Se cierra para cuidar a sus miembros.
Un sistema familiar resiliente está caracterizado por tener una cohesión en sus relaciones y un posicionamiento claro de los roles y las funciones; es decir, los papás ejercen su papel de disciplina, cuidado y enseñanza; y los hijos disfrutan de su etapa, aprendiendo y desarrollando su máximo potencial.
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Una familia que lleva a cabo los factores de protección trabajará en su día a día para hacer que cada uno de los miembros de la familia se sienta perteneciente a ésta y les dará su espacio para que se desarrollen y crezcan.
Las relaciones de este tipo de familia se basan en un apego de buena calidad que se ve reflejado en una relación segura hacia adentro de la familia y hacia afuera de ésta.
En cambio, los sistemas familiares caracterizados por una rigidez y una disfunción global no cultivan la resiliencia ni en lo individual, ni en lo grupal. Más bien, son familias donde reina la confusión de vínculos y las relaciones son poco solidarias. No son capaces de sostener a los miembros de la familia, ni contenerlos en momentos de estrés. Las familias de este tipo, en lugar de ayudar a construir, destruyen.
Lograr pasar de ser un sistema cerrado a un sistema abierto requiere de gran esfuerzo, consciencia, madurez y, por qué no, de acompañamiento familiar para lograr que los miembros y el sistema mejoren. No es imposible, pero sí cuesta mucho trabajo, el cual solo es sostenido por el amor de la familia.
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