Por Dra. Montserrat Baños.
Profesor de Metafísica del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn. 15, 13), esta acción es la expresión de la entrega total, sin reservas, por y para el amado quien a su vez también ama. Este amor correspondido es el mayor y más perfecto pues crea un dinamismo fecundo de bien que renueva y trasciende a los amantes, generando vida nueva. Cuando Dios es invitado a santificar este amor, la gracia lo renueva desde su origen y se convierte en signo eficaz por el que se derrama el amor de Cristo, dicha unión tiene su expresión personal y social formulada en el compromiso de los votos.
Origen y concepto
El matrimonio es un vínculo, una alianza en el que hombre y mujer se unen totalmente y se comprometen para siempre por amor. Desde la perspectiva meramente humana, el matrimonio se funda en la natural complementariedad que existe entre varón y mujer. La materia de la alianza es la persona misma, la cual es indivisible, de ahí que su entrega sea total. La razón de su indisolubilidad se asienta en que sólo el compromiso libre, consciente y hasta la muerte es la condición suficiente para la donación total de una persona, para la honesta acogida del otro y, por lo tanto, el mejor y más adecuado principio para una nueva vida.

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Diferencia entre el matrimonio civil y católico o religioso
El amor es un don y una gracia. El amor de los esposos tiene su fuente en Dios, que es Amor y Padre. Dios mismo es el Autor del matrimonio (GS 48,1). Desde la Creación el Padre amó y bendijo al ser humano, hombre y mujer, como creaturas dignas de vivir y compartir la experiencia del amor más perfecto, infinito, gratuito y fecundo. Este Amor correspondido es la comunión que existe entre el Padre y el Hijo, cuyo fruto es el Espíritu Santo. El designio de Dios para Adán y Eva: “sed fecundos y multiplicaos, y llenad tierra y sometedla” (Gn. 1,28.) es la manifestación de esta invitación a participar en lo más íntimo de su vida divina, que sólo puede ofrecerse a quien se reconoce como digno y goza de libertad.
El vínculo del matrimonio es creado y vivido primeramente por Dios, en un primer momento en la alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel, Dios es fiel y ha elegido a su pueblo, le procura su bien. Esta antigua alianza sirve de preparación para la Nueva y eterna Alianza, en la que el Hijo de Dios se encarna, uniéndose con toda la humanidad, y entrega su vida para salvarla. Lo cual se manifiesta en el banquete de bodas, la Eucaristía. Cristo revela al hombre el amor del Padre, amor recíproco, total y fecundo, que es la vida divina.

Aquel que es todo Amor, compadecido de la caída y debilidad humana, se adelanta, nos primerea: hace suya esta condición, se compromete plenamente con ella. Anticipa su misericordia en el anuncio del misterio de la Encarnación. Este Padre amoroso que nos creó, toma la iniciativa y asume totalmente la naturaleza humana en sí mismo. Así el Hijo de Dios se hace hombre, tras la respuesta fiel y humilde de la joven inmaculada: el fíat de María. Gracias al misterio de la Encarnación la persona como unidad, tanto en su cuerpo como en su alma, ha sido unida a Cristo, de manera que por la redención el hombre es invitado a ser, con su cuerpo y con su alma Sacramento de su Amor.
A la luz del misterio de la Encarnación, Cristo eleva a la persona humana en su totalidad, facultándola en todas sus expresiones para ser a su vez signo vivo e instrumento del amor divino. De aquí viene la peculiaridad única del sacramento del matrimonio: por medio de este sacramento el hombre y la mujer son ministros mutuamente de la gracia sacramental, con su cuerpo, con su alma, con sus acciones, pensamientos y afectos, para complementarse, ayudarse y dar vida nueva.
En el sacramento del matrimonio hay dos personas que entran al mismo tiempo en la esfera de la gracia. Esta gracia creada por el sacramento convierte al hombre y a la mujer en instrumentos inmediatos de la acción divina y en transmisores de la corriente de vida que se encuentra en Dios. (K.W. El don del amor. p. 89). De esta manera la unión matrimonial encarna y efectúa de manera única y con integridad exclusiva las dos acciones propias del amor más perfecto: la donación de la propia persona hacia el amado y la aceptación del otro que se entrega, así también la propiedad fecunda por la que engendran nueva vida, con lo que participan en la Creación.
La gracia creada en los esposos por el sacramento del matrimonio, se la deben el uno al otro recíprocamente, pues ellos son los ministros de este sacramento. Si uno de los dos no aporta su libertad y su decisión, no habrá sacramento, y por lo tanto no habrá gracia (K.W. El don del amor. p. 89). Como efecto del matrimonio se crea un vínculo por el que se derrama la gracia que fortalece la unidad, perfecciona el amor de los esposos y los ayuda en su vida conyugal y paternal.

Importancia del matrimonio
La salvación de la persona y de la sociedad está estrechamente ligada a la prosperidad del vínculo matrimonial y familiar. Cuando este vínculo matrimonial se descuida, lo que está en juego, al igual que en su origen, son no sólo las personas involucradas, los esposos y los hijos, sino su comunidad y la sociedad. Es de vital importancia reconocer el valor intrínseco de la alianza del matrimonio, su fortalecimiento y procurar los medios para el desarrollo pleno y consciente de los cónyuges. El matrimonio es la estructura elemental e irremplazable sobre la que se funda la familia, donde la persona encuentra su lugar en el mundo, crece, madura, se procura y aporta bien a la sociedad. Es el origen del ecosistema que garantiza óptimamente el relevo generacional, satisfaciendo las necesidades en las etapas críticas y asegurando el aprovechamiento y continuidad de conocimientos y valores adquiridos.
Desde una perspectiva personal, es la respuesta libre y generosa al llamado del amor más grande, vínculo recíproco que, inmerso en la gracia, a su vez salva y perfecciona al amante y al amado.