Mtro. Alejandro Enriquez Lóyzaga
Desde que recibimos la noticia de que seremos padres, junto a todas las emociones que se presentan, aparece también la duda respecto a qué tan buenos padres seremos.
Ya desde que éramos niños o adolescentes nos habíamos prometido que seríamos mejores padres de los que tuvimos y en esa época parecía fácil, pero cuando ya estamos ahí y sobre todo cuando nuestros hijos van creciendo nos damos cuento de lo difícil que ello resulta y dudamos constantemente si lo estaremos o no haciendo bien.
La realidad es que por más que nos capacitemos y nos esforcemos, esta duda siempre estará allí y en ocasiones puede llegar a ser tan intensa que a veces puede paralizarnos, llevar a tomar decisiones basados en el miedo o repetir patrones: educar de la misma forma en que nos educaron, sin estar seguro si es la mejor opción o incluso sabiendo en experiencia propia que no lo fue.
Pero para aclarar más esto y acercarnos hacia una certeza revisemos algunos puntos clave.
En primer lugar, debemos tener claro que todos somos diferentes y estas diferencias se reflejan aún más en la infancia, cada niño (incluso entre hermanos gemelos) tiene características y necesidades diferentes, no podemos esperar lo mismo ni tampoco criarlos exactamente de la misma forma; es por ello que no hay una receta única de cómo se debe educar a un niño.
Sin embargo, hay ciertas reglas de crianza que si podemos tratar de aplicar de manera general al educar a un niño en las diferentes etapas de su desarrollo, acá van algunas recomendaciones:
La inteligencia emocional primero
Prioriza siempre el desarrollo psicosocial y emocional por sobre el desarrollo intelectual o académico.
Todos los temas de manejo de sus emociones, tolerancia a la frustración, control del estrés, manejo de la agresión, autoestima, relaciones interpersonales (en general todo lo que hoy en día se engloba en el concepto de “inteligencia emocional”) debe ser lo más importante.
Piensa que una persona puede por ejemplo, aprender a leer hasta la vida adulta y lograr dominarlo en pocos años sin embargo, ciertas habilidades sociales y la madurez emocional que no se desarrollan en la infancia difícilmente se podrían alcanzar en etapas posteriores.
Por lo tanto, dale más tiempo e importancia a saber cómo socializa tu hijo, cómo está su autoestima, su confianza en sí mismo y en el mundo y no tanto a esas cosas en las que solemos compararlo y ponerlo a competir con otros niños, como el en qué momento comienza a caminar, hablar, ir al baño o sobre todo sus calificaciones en la escuela.
Para lograr un desarrollo psicosocial adecuado puedes tomar como referencia los logros que psicológicamente se espera que tu hijo consiga en distintas etapas del desarrollo, como serían el lograr percibir el mundo como un lugar seguro en el primer año de vida y por lo tanto animarse a querer explorarlo.
El desarrollar confianza en sí mismo y en sus habilidades hacia el segundo año, y por lo tanto ir desarrollando su autonomía. Generar la iniciativa y una competitividad sana con los otros en la etapa escolar. Permitirse buscar y desarrollar su identidad en la adolescencia.
Recuerda que un vínculo afectivo estrecho, seguro y sano con sus padres que va cambiando y evolucionando a lo largo de su crecimiento es una pieza clave en todos estos logros.
Otros aspectos fundamentales son el que los niños sepan siempre qué esperar de papá y mamá y como consecuencia de sus actos, por lo que las reglas claras y la constancia, como el hecho de tener rutinas, horarios, roles y tareas establecidas es muy importante.
Sin olvidar que en este marco debe existir la flexibilidad, es decir, saber que estas reglas cambiarán con el paso del tiempo y bajo circunstancias específicas, pero siempre con la aprobación de los padres.
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Señales de que lo estás haciendo bien:
Tu hijo/a es un niño feliz
Como ya mencionamos las boletas de la escuela o un diez en conducta no serán necesariamente la prueba de que lo estás haciendo bien como padre, pero qué podemos esperar de un niño que si está siendo bien educado por sus padres: principalmente el que es un niño feliz, es decir ríe, juega, es inquieto, curioso, auténtico, seguro de sí mismo… en general puedes ver que disfruta la vida y se adapta cada vez mejor a ella.

Adquiere nuevas habilidades y desarrolla su individualidad
Se relaciona bien con lo demás: aunque no sea el más sociable o popular tiene al menos uno o dos amigos cercanos con quienes establece relaciones empáticas y recíprocas.
Será un niño que conforme va creciendo puede ir expresando no solo con sus conductas o gestos sino verbalmente sus emociones y pensamientos, es capaz de pedir y recibir ayuda cuando en verdad la necesita.

No se deja dominar por sus temores, es creativo y logra disfrutar del contacto interpersonal
Nuestro trabajo como padres, que buscan hacer lo mejor para sus hijos, es una tarea permanente y como ya lo mencionamos al inicio, difícilmente nos sentiremos 100% seguros de que lo estamos haciendo del todo bien.
En realidad eso algo positivo ya que nos motiva a seguir mejorando y esforzándonos por hacerlo cada vez mejor: un exceso de confianza siempre es peligroso.

Trabajo en equipo con tu pareja
Siempre será importante analizar las cosas, informarnos, hablarlo y acordarlo con nuestra pareja: esto es importantísimo pues nos ayuda a ver las cosas más allá de nuestra experiencia personal o el estado emocional en que estemos en un determinado momento.
Siempre hay que construir acuerdos como pareja de cómo vamos a educar desde lo más simple y cotidiano hasta las cosas más importantes.
Los puntos de vista masculino y femenino nos permiten un equilibrio más adecuado.
Finalmente, no dudemos nunca en pedir ayuda y opinión profesional o hasta de otros padres o gente de nuestra confianza cuando lo consideramos necesario.
Como familia y núcleo de la sociedad nuestro papel es generar personas sanas y felices que contribuirán de manera positiva a la sociedad, por lo tanto, hay que apoyarnos también de esta para su crianza. Somos parte de un todo.